El mejor amigo de la mujer
Foto/Vídeo por Fabian Spindler.
"The Climb, the Dog, and the Dolomites"
El mejor amigo de la mujer
En algún lugar entre las pistas y el cielo, Greta Weithaler se enfrentó a una gran ascensión como un niño que mira perplejo el tobogán más alto del parque. Sin motor ni batería eléctrica por los que preocuparse. Solo sus pulmones, sus piernas y su Cannondale Habit LT. Este reto estaría impulsado a pedales, simple y llanamente. Malou, su compañero de cuatro patas en los senderos, salió disparado como si hubiera visto un grupo de ardillas correteando. Greta sonrió. El empezó el juego.
A los diez kilómetros, Il Bivacco della Pace emergió de los acantilados con un aire abrumador. El que una vez fuera refugio para montañistas y caminantes, ahora se alzaba como meta de verdaderos retos alejados de las pantallas. Greta estaba aquí para olvidarse de la bandeja de entrada del correo electrónico por un tiempo, poner a prueba sus piernas y demostrarse que podía seguir el ritmo de su perro, que claramente pensaba que le vendría bien hacer más cardio. La pista de montaña dio paso a senderos con mucha pendiente, piedra suelta y bastante técnicos. Greta se apoyaba en cada resalto, y su bicicleta se mantenía estable y ágil donde otras no podrían. Mientras tanto, Malou zigzagueaba entre la maleza, yendo cada vez más rápido a medida que pasaban los kilómetros. En algún momento entre jadeos, pedaleo y persecuciones al perro, Greta encontró su ritmo—y el mundo se desvaneció en el vacío del estrecho valle de más abajo.
El punto donde iba a hacer vivac estaba esperando, mientras caía un atardecer de esos en los que el cielo parece pura magia. Sin Wi-Fi. Sin notificaciones. Solo la luz de unas velas, y una cena para tres digna de una estrella Michelin, si los ositos de gominola contaran como postre. Malou, libre de pensamientos existenciales, se dejó caer junto a ella con la seguridad de quien encuentra el mejor lugar para dormir.
Y la mañana llegó—envuelta en tonos de rosa y oro. La nieve se convirtió en café, y afuera su Habit LT ya esperaba lista—adornada simplemente con polvo. Sin cables ni cargador. Greta encajó los pedales. Y la gravedad tomó el mando. El descenso no fue fácil; curvas cerradas, algunas caídas tontas y ese flow que hace que te duelan las mejillas de tanto sonreír.
Porque al fin y al cabo, en esta ruta no se buscaba un selfie en la cima, ni hacer un puesto en Strava. Se trataba de responde a la llamada de la montaña, de perseguir a tu amigo peludo y darte cuenta de que, a veces, la mejor recompensa es saber que el límite eres tú.